La historia del rock australiano es la de la circunvalación de los estilos anglosajones, eso sí, más por adaptación que por imitación y siempre manteniendo sus particularidades y una denominación de origen fácilmente identificable. Y es justo en esta definición donde debe entenderse el papel de The Saints como lo que realmente es, una banda generadora de tendencias. Bebedora poco más que de Iggy Pop, se alejó de los lugares comunes del punk para encontrar sus propios caminos y, de paso, puso las bases para la aparición de bandas como The Church y la consecuente construcción de un discurso más o menos propio que englobase el rock proveniente de las antípodas.
Comprender la obra de The Saints no nos debería llevar mucho tiempo si nos ceñimos a lo fundamental, sus tres primeros álbumes, cuya progresión es fácilmente trazable. Mientras “(I’m) Stranded” presentaba a una banda de punk algo por encima de la media, con “Eternally Yours” ya despuntaron definitivamente. Una de las piezas clave era “Know Your Product”, que además de ser un hit como la copa de un pino ya introducía instrumentos de viento y una nueva orientación al soul y al rhythm and blues que terminarían por explotar en “Prehistoric Sounds”.
Llegados a este punto, el tercer álbum es un estallido de emociones. La idea de fondo era clara, los instrumentos de viento pueden ser instrumentos al servicio del punk que, en colisión con éste, den lugar a un huracán de canciones poderosas y agresivas, pero a su vez lúcidas, luminosas y amables que tienden puentes entre los cabezazos al aire y los movimientos de cadera algo más sofisticados. Visto desde una perspectiva actual, y ya que su éxito se extendió también por Inglaterra, podrían ser considerados como la alternativa garagera de Dexy’s Midnight Runners, solo que ellos estuvieron un poco antes. En este sentido “Prehistoric Sounds”, que sería algo así como su particular “Searching for the Young Soul Rebels”, identifica a la perfección las similitudes y las diferencias de la banda de Rowland y la de Bailey.
Y ahora las canciones. En “Prehistoric Sounds” no hay ni un recoveco para el descanso. Arrollador, emocionante y repleto de sorpresas. Distinto a todo lo demás. El disco coge impulso con “Swing For A Crime”, un rompepistas que mezcla el blues de ritmos obsesivos con el jazz más enérgico, al que añade el contrapunto de la voz arrastrada y maravillosamente dejada de Bailey. A partir de aquí, despliegue de registros para todos los gustos, la emoción soul de “All Times Through Paradise”, el punk de vientos de “Every Day’s A Holiday, Every Night’s A Party”, el after punk de “Brisbane (Security City)”, con catarsis jazz, y “Church of Indifference”, el clasicismo rock de “Crazy Googenheimer Blues”. El resto son combinaciones geniales de lo que acabo de describir, incluyendo el trallazo “Save Me”, con el que te vas a poder quedar sentado. Esto no es un disco, es una fiesta.